Alegrémonos de sentir los efectos de la pobreza material, sin reclamar nada, prescindiendo de todo cuanto no sea absolutamente necesario. Aceptar nuestra pobreza espiritual con profunda humildad, sin amargura... A un pobrecito, ¿quién le hace caso? En cambio, espiritualmente, el más pobre es el preferido del Señor. Él es nuestra riqueza en la vida y lo será mucho más al pasar a sus brazos.
Madre María Josefa del Corazón de Jesús, carmelita descalza
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