Me acordaré de la mansedumbre de María Santísima, que ni por suceso alguno se le movió la ira, ni perdió la perfectísima mansedumbre, con inmutable e inimitable igualdad interior y exterior, sin que jamás se le conociese diferencia en el semblante, ni en la voz, ni movimientos que indicasen algún movimiento interior (
María de Jesús de Agreda: "Mística Ciudad de Dios", Barcelona, 1860, vol. II, p. 276: "Hablando de la mansedumbre de la Virgen, dice: 'Esta mansedumbre y clemencia tuvo el Señor por instrumento de la suya'").
"Consideraré su utilidad, porque con la humildad se agrada a Dios y con la mansedumbre al prójimo" (
San Francisco de Sales, "Introducción a la vida devota", cap. 8).
San Antonio María Claret
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